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Thursday, March 25, 2010

Las paredes de Buenos Aires se cubren de murales: El Arte Como Transformador Social

En el hospital Garrahan se inauguró esta semana el mural de la artista Nushi Muntaabski Foto: LA NACION   /   Maxie Amena


Muchas veces he visto murales en mi hermosa ciudad de Buenos Aires, no tantos como en Los Angeles, que dicho sea de paso, aún siguen maltratados por los grafittis, cada vez más. Sin embargo, en este artículo de Susana Reinoso para el diario La Nación, se deja claro que también existe un gran fin social, en el trabajo de las villas (slums). Es muy interesante notar el cambio de actitud de la gente ante un mural religioso. A continuación, el artículo y el link.
Las paredes de Buenos Aires transmiten mensajes. A veces arrancan sonrisas o dejan pensando a los transeúntes. La tendencia de pintar murales ha crecido en la ciudad, y ya no sólo se embellecen los muros. Tanto el gobierno porteño como diversas ONG -con el Bicentenario como emblema-, pasando por la empresa Metrovías o el empresario Alan Faena, intervienen centros culturales en barrios, hospitales y escuelas públicas con murales que recrean temas históricos o del presente. O, simplemente, los creadores dejan volar su imaginación.
La entidad Arte sin Techo, por ejemplo, aportó su primer mural del Bicentenario para la plazoleta de calle Paraguay y Gallo, a espaldas del Hospital de Niños. Como sostenía la fallecida presidenta de Arte sin Techo, Felicitas Luisi: "Cuando pinta murales, la gente de la calle pasa de ser un NN a tener identidad. La pintura mural los transforma".
El artista Pablo Siquier es uno de los más requeridos para la tarea artística. En diciembre, Metrovías inauguró su más reciente obra en uno de los pasajes de la estación Carlos Pellegrini que transfieren varias líneas de subte. Su anterior mural fue para el Faena Art District y comenzó a pintar un tercero para la Facultad de Arquitectura de la UBA, a pedido del Programa Puertas del Bicentenario porteño.
Cuando el Estado interviene, una tendencia en curso adquiere más visibilidad. Es lo que ocurre con el Programa Puertas del Bicentenario, que este año completará los 70 murales en la ciudad, pensados como parte del legado histórico de la celebración de los 200 años de la Argentina. Los artistas participantes representan una diversidad de miradas, estilos y trayectorias.
Hay obras ya inauguradas de Antonia Guzmán, Vilma Piparo, Ernesto Pesce, Eduardo Stupía, Jorge Meijide y Héctor Meana, entre otros, pintadas en escuelas y hospitales de Palermo, Retiro, La Boca, Villa Ortúzar, San Cristóbal, Villa Crespo y Barracas, entre otros barrios porteños.
Imágenes patrias
La empresa Metrovías, según su área de Prensa, lleva 12 años creando murales en todas las estaciones de subte y premetro de su jurisdicción. Hermenegildo Sabat, Altuna, Robirosa, Polesello, García Sáez son algunos de los artistas que ya dejaron su sello en el subte porteño. Los murales de este año tendrán la marca "Bicentenario". La intención de Metrovías es inaugurar "una seguidilla de imágenes patrias".
Quizás uno de los programas más conmovedores en materia de pintura mural sea el que lleva adelante el Grupo Cruz del Sur, con el fin de prevenir la violencia y las adicciones de decenas de jóvenes que viven en las villas miseria porteñas.
"Creemos en el arte como transformador social", dice Damián Cápola, uno de los fundadores de la ONG, a LA NACION. Cruz del Sur trabaja en 16 villas y barrios carenciados de Buenos Aires. Con la modalidad de talleres, la entidad ha realizado el 90% de los más de 100 murales que ya se han pintado en las villas. "El verdadero héroe es el héroe en grupo", dice Cápola, que trabaja "con chicos que consumen paco y están en una edad de quiebre. Son chicos menores de 13 años que viven incluso en lugares donde existe una red de pedofilia enorme. Hemos comprobado que la violencia baja en los pasillos de las villas, donde se agarran a los tiros por lo menos una vez al día".
Hace un tiempo, el Grupo Cruz del Sur y los chicos de la villa pintaron una imagen de la Virgen de Caacupé. "En ese pasillo dejaron de tirotearse", dice Cápola con la espontaneidad de quien cree en los milagros. Fue también testigo de otro hecho insólito. Un hombre al que le faltaba una pierna se arrodilló como pudo frente a la imagen de un Cristo enorme que los chicos pintaban en uno de los muros de la villa donde viven. "Los pasillos cambian de nombre con la pintura mural. Hoy la gente habla del pasillo del ángel del amor o el pasillo del ángel de la música", cuenta con orgullo. Quizá los efectos que la pintura mural tiene sobre los chicos puedan explicarse en pocas palabras: "Los chicos se dan cuenta de que puede haber un futuro. Si pueden realizar una reproducción de la Virgen de Luján u otra creación artística con su propia mano, entonces pueden transformar su vida".

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