Foto de Revista Eñe
Del artículo de Paul Reyes, para Revista de Cultura Ñ, sección Política y Economía:
¨Una de las formas en que recordamos una crisis económica es a través de imágenes. Por ejemplo, la Gran Depresión, contada a través de retratos en blanco y negro de hombres haciendo cola para el pan o con carteles colgados pidiendo trabajo; de un hombre con traje y corbata empeñando el auto para comprar comida; de los barrios pobres.
Recordamos la crisis petrolera de los años setenta –técnicamente dos crisis– no por estadísticas secas sino a través de las escenas de autos y camiones, y a veces gente, atascados en una larga cola serpenteante frente a una estación de servicio que cubría toda la calle, atorando toda una manzana en una ciudad. Y con cada caída fuerte del índice Dow aparece el retrato ubicuo de un agente de bolsa soltando una risotada frente a la máquina teletipo mientras se cubre la cara a medias con las manos en un gesto de incredulidad.
La crisis del ´30. De Revista Eñe
En una era digital, los signos externos del dolor económico resultan muchas veces difíciles de captar. A diferencia de las guerras y los desastres naturales, las recesiones más recientes han sido en gran medida invisibles; programas públicos e ingresos per capita más altos hacen que las colas para el pan y la indigencia absoluta sean hechos poco frecuentes. Pero si bien el desempleo es menos obvio y la inflación todavía no es un problema, hay un aspecto de la Gran Recesión que atrajo no obstante la mirada de los fotógrafos: las ejecuciones hipotecarias. Y aunque todavía nadie sabe si alcanzará el impacto social y artístico del trabajo realizado en la época de la Depresión, la fotografía sobre ejecuciones hipotecarias ya ayudó a definir una época que marcará a la sociedad estadounidense en las próximas décadas.(...)
Evans, por su parte, retrató tanto los objetos que rodeaban a la gente como a las personas mismas. En su trabajo con James Agee para documentar la pobreza de los aparceros del sur en su clásico Let Us Now Praise Famous Men de 1936, Evans aprovechaba los momentos en que se quedaba solo en una habitación para estudiarla, creando composiciones magistrales de lo cotidiano –la cocina, el rincón de una habitación, una chimenea llena de objetos– en donde objetos anodinos transmitían lo que los rostros de sus dueños no podían.
La crisis de las ejecuciones hipotecarias todavía no ha producido a una Lange o un Evans, pero sus imágenes comparten una intensidad similar. La historia se cuenta con diversos grados de amplitud e intimidad, y el género ya puede descomponerse en subcategorías. Están los paisajes panorámicos de los desarrollos de viviendas de la época de la burbuja –algunos construidos, otros a medio terminar, algunos apenas iniciados– que esculpen formas de tablero de juego a partir de valles y tierra cultivable.(...)
Luego está el trabajo documental más visceral: los campos de batalla góticos de Bruce Gilden en Fort Myers y Detroit, representados no sólo en fotografías sino también en sus fuertes e inquietantes soportes multimedia; y los decididos (y premiados) ensayos fotográficos aguerridos que capturan a los delegados de las autoridades, los inspectores, los consejeros y las víctimas, todos mezclados en Cleveland, una ciudad asolada por las ejecuciones hipotecarias.
Los retratos no siempre son de sujetos humanos; las casas suelen ser el personaje principal. Los interiores, vacíos o atestados de cosas, dicen tanto sobre los residentes desaparecidos como podrían hacerlo sus rostros. Proyectan lo que Evans describió en un ensayo sobre las fotos que Lee Friedlander había tomado de habitaciones de moteles vacías: una “atmósfera de eclipse” en la cual “aumenta en realidad el sentimiento de presencia ciudadana”.
Con las ejecuciones hipotecarias, la capacidad que tiene la casa para representar al sujeto humano se intensifica. David H. Wells, que viene cubriendo la crisis de las ejecuciones hipotecarias desde abril de 2009, prefiere fotografiar una casa antes que a sus abatidos propietarios. “Me mantengo alejado de la gente a propósito”, dice, “porque no quiero que se trate de individuos particulares. He visto trabajos muy contundentes sobre el proceso de evicción, pero empieza a transformarse en algo relativo a esa familia en particular”. De esta forma, él espera tocar una cuerda universal. “Me parece que al mantenerlo anónimo dejo que las personas pongan más en la imagen sus propios sentimientos en cuanto a la casa y lo que harían en esas circunstancias”.
Documentar una ejecución hipotecaria requiere una invasión de la intimidad –una incomodidad compartida por el delegado del alguacil, el equipo encargado de discutir, un periodista o un fotógrafo. Después de haber pasado yo mismo estos últimos dos años escribiendo sobre la crisis, puedo decir que esa incomodidad no se disipa.
El sentimiento implícito en las cartas y las fotos abandonadas hace tiempo nunca se evapora completamente, por deterioradas que estén. Esa idea de invasión, extrañamente equiparable a una intimidad incómoda, forma parte de la tensión voyeurista de documentar las casas que la gente abandona –a veces con una precipitación que deja diseminados juguetes y trofeos y cartas de amor, a veces con el tipo de orden y prolijidad que habla de un orgullo obstinado.
Pero al ver los interiores de las ejecuciones hipotecarias, se produce algo curioso: la incomodidad voyeurista pasa, y empezamos a armar los personajes faltantes. En general, ya conocemos las circunstancias; pero, ¿por qué dejaron una foto instantánea de los hijos tamaño billetera? ¿Qué dejó esos agujeros en la pared? A través de esas preguntas que se agitan detrás de la mirada inquisitiva, los retratos se convierten en una suerte de estudio forense.
En medio de los interiores, se descubre un nexo entre el documental y la naturaleza muerta. La serie de Todd Hido, por ejemplo, se mueve a partir del estado de ánimo, con la mayoría de las habitaciones totalmente despojadas, salvo una lámpara dejada en un rincón o un perchero de plástico sobre una alfombra sintética azul. Si bien las habitaciones no están exactamente limpias, se sacó de ellas todo lo significativo que no estuviera sujeto con tornillos.
La fuerza, en estas imágenes, está dada por la luz, la poca que hay, y la forma en que da contra una pared. Son, en este caso, estudios sobre matices y texturas y gustos, coloreados por el contexto. La estética, la belleza incluso, aparece donde nadie lo espera.
De todos modos, ¿las imágenes tendrían la misma resonancia sin saber de antemano que estamos viendo una casa que fue embargada? Probablemente no. En gran medida, las fotos de Hido se parecen a la serie fotográfica de Marion Berlanger sobre la propiedad en el limbo, lo que ella denomina “escenarios intermedios”, ese momento en que la propiedad ha sido usada y espera ser reciclada. No obstante, cuanto más tiempo se pasa con estos interiores, más aflora la presencia humana: en las marcas dejadas por las patas de la mesa, en las manchas de uso sobre el canto de una puerta, o en una puerta no cerrada del todo. Desde las habitaciones vacías hasta las habitaciones repletas de cachivaches, los descubrimientos hablan de un sueño roto.
Algunos interiores, como los captados por T.J. Proechel, fueron acondicionados para que todo lo que había en una habitación entrara en el cuadro; otros, como los de John Francis Peters, se tomaron con las habitaciones tal como fueron encontradas. Los fotógrafos discutirán interminablemente si acondicionar una foto es apropiado para una tarea específica. Pero la propia Lange dio directivas a su madre migrante hasta obtener la toma indicada. Y en cualquier caso, la misión es comunicar la verdad, no necesariamente hechos detallados.
Lamentablemente, la iconografía de la crisis inmobiliaria corresponde a una década de desastres estadounidenses, todos los cuales han quedado preservados con un detalle sorprendente, desde el relato operístico que hizo Joe Meyerowitz de los esfuerzos de recuperación en Ground Zero, pasando por los retratos de Robert Polidori y también de Chris Jordan de las casas masacradas en New Orleans después de Katrina, hasta la última anotación, las sombrías manchas de Roschach petroleras en el Golfo de México.¨(...)
© The New York Times y Clarin, 2010. Traduccion de Cristina Sardoy.
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